La humedad y el viento, la lluvia, la nieve y, sobre todo, los cambios bruscos de temperatura las secan
Dicen los dermatólogos con más mala uva que, si quieres cazar a alguien que se está quitando años, te fijes en sus manos. Estas son, junto con el cuello, la zona del cuerpo que más delata la edad.
Es normal que, con el paso del tiempo y la falta de protección y cuidados, se llenen de manchas y su piel pierda la elasticidad.
Por eso, en invierno o en verano, no importa cuándo, es indispensable hidratar las manos en profundidad cada día. Viviendo en la ciudad es normal notarlas ásperas, que piquen, incluso que se agrieten o problemas como la dermatitis atópica empeore.
Si las notas más agrietadas, resecas y tirantes de lo normal es debido a los envites del invierno: humedad sumada a viento, lluvia o nieve. Además, tampoco ayudan los cambios bruscos de temperatura intemperie-calefacción.
Porque, al igual que el rostro, pasan el día expuestas a agresiones externas que las resecan y deshidratan.
Las bajas temperaturas hacen el mismo efecto que el contacto con detergentes agresivos: eliminan el filme hidro-lipídico que, en el caso de la palma, además, es inexistente.
En el dorso la mano sí tienes glándulas sebáceas, aunque pocas. Asimismo, aunque esta piel tiene folículos pilosos y melanocitos (por eso salen manchas), la dermis es fina y vulnerable.
En contacto con el frío, se deshidrata con facilidad. Y a esto no ayuda la falta de glándulas sebáceas en la palma, que hace que no se retenga el agua de la piel.
Se usa crema de manos siempre después de lavarlas con jabones agresivos (como el de fregar platos y los de la mayoría de los aseos públicos). De otra manera, están desprotegidas contra el marchitamiento, la descamación, las grietas… Igual en verano que en invierno.
Si vives en una ciudad con mucha humedad, ten en cuenta que la humedad, al contacto con el aire frío, hace que la piel se seque aún más.
Además del frío (viento, nieve, etc.) son los cambios bruscos de temperatura lo que agrede a la vulnerable piel de las manos. Salir de la calefacción al frío de la calle es un daño que la fina piel de la mano no espera.
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